Para entender Los
límites del perdón, hay que hacer referencia a la figura de Hitler. Hitler
y los nazis hicieron responsables a los judíos tanto de la derrota de Alemania
en la Primera Guerra Mundial como de la crisis económica. Muchos creyeron en él
y gracias a este mensaje y a la promesa de convertir a Alemania en un país
fuerte y poderoso económicamente, Hitler y su partido alcanzaron el poder en el
año 1933.
Los nazi pensaban que
la raza aria era la mejor y los judíos pertenecían a otra,
inferior. Este pensamiento dio lugar al
que quizás sea el crimen más grande de la historia. Campos de concentración
como los de Auschwitz y Treblinka – Después de haberlos buscado en
Internet, tengo como resultado 58 campos de concentración, ,cámaras
de gas, y el asesinato de seis millones de personas. Entre los supervivientes,
se encuentra Simón Wiesenthal, autor de Los
límites del perdón, cuyo contenido relata –antes de llevarnos
al terreno en el que nuestra conciencia debe tomar una decisión-, las
indescriptibles escenas de terror a las que millones de personas, a
consecuencia de su origen, tuvieron que hacer frente como prisioneros de un
campo de concentración.
Simón Wiesenthal,
arquitecto, estudió en la ciudad polaca de Lemberg, en cuyas cercanías se
encontraba ahora en condición de preso de un campo de exterminio alemán.
El autor nos cuenta cómo ya
en su época de estudiante la llamada “juventud dorada” de
Lemberg, se ensañaban contra los judíos estudiantes. De hecho
habían creado el “día sin judíos” con la esperanza de reducir
el número de licenciados judíos.
Entre los amigos de Simón
Wiesenthal en el campo de concentración, se encontraban Josek y Arthur (con
quien arrastraba una vieja amistad), Josek era judío y una
persona muy religiosa .Sin embargo, Arthur era
una persona sumamente irónica y realista.
En los campos de
concentración a los judíos se les humillaba de todas las maneras posibles. Los
soldados de la SS se divertían pegando a los prisioneros , se les ahorcaba, pisoteaba,
les soltaban perros adiestrados…
Los
soldados de la SS formaban la policía militarizada del Partido Nacionalsocialista
alemán, y fue creada como guardia personal de Hitler en 1922. Como organización
fue condenada en el proceso de Nuremberg (1946), lugar donde se celebró el
proceso contra los criminales de guerra nazis.
Durante una de las salidas
del campo de concentración, Simón ve un cementerio con girasoles en las tumbas.
Simón quedó hechizado con un concreto girasol –“recto y firme, nos
dice, como un soldado”-, de vivos colores y con mariposas revoloteando
a su alrededor -las cosas sencillas de la vida cobraran ahora una relevancia
especial-.
Curiosamente, por primera
vez Simón pensaba en la proximidad de la muerte. Los girasoles tuvieron un
particular significado para él –eran la unión entre la vida y la
muerte; entre la supervivencia y la aniquilación-, de manera que su
imagen y su recuerdo permanecerían en su memoria con ocasión de acontecimientos
posteriores. De hecho, reaparecen a lo largo de todo el libro.
Al llegar a su destino, su
antigua Facultad reconvertida ahora en hospital, una enfermera pregunta a Simón
por su origen judío. Momentos después tendrá lugar el insólito
encuentro que inspirará, posteriormente, la historia de Los
límites del perdón.
Después, Simón se
encontraría ante un joven soldado de la SS, de 21 años, postrado en una cama y
al borde de la muerte.
Karl,
nombre del soldado de la SS, fue educado en la religión católica por unos
padres “buenos y cariñosos”. De hecho, él mismo creía firmemente en Dios y en
los mandamientos de la Iglesia cuando era niño. El párroco de su iglesia, donde
habitualmente ayudaba, esperaba que algún día estudiara Teología. Pero Karl era
joven, y como cualquier muchacho de su edad, anhelaba tener experiencias nuevas
y conocer mundo, por lo que se afilió a las “Juventudes Hitlerianas” (organización
cuya ideología se basaba en el odio a los judíos, convirtiendo a jóvenes en
asesinos. Todo lo que sabía Karl sobre los judíos provenía del adoctrinamiento
y de una venenosa propaganda nazi, según la cual, eran culpables de todas sus
desgracias). Hecho que, además de disgustar a su madre, le hizo merecedor de la
enemistad de su padre, quien le retiraría la palabra de por vida.
Karl confiesa a Simón un
terrible crimen cometido un año antes, que según dice, “le tortura y
sin cuyo relato no podría morir en paz”. El joven soldado cuenta cómo
se alistó como voluntario en la SS y tras unirse a una unidad de asalto, llegan
a la ciudad ucraniana de Dnepropetrowsk, donde un edificio con unos 200 judíos
en su interior y previamente minado con bidones de gasolina, es incendiado por
los soldados de la SS (incluido Karl). Para escapar del infierno, familias
enteras saltan por las ventanas envueltos en llamas en medio de los disparos de
la SS. Y una de estas familias con su hijo en brazos, ardiendo y presa de la
desesperación, quedará grabada para siempre en la memoria del soldado
moribundo.
Es una imagen que le
atormentará incluso en el frente, cuando es herido mortalmente por un obús. A
pesar del sufrimiento que la metralla le ocasionaría –su cuerpo estaba
hecho trizas-, el peor de los dolores sería causado por su
conciencia -“No puedo morir… sin lavar mi conciencia…”, decía. Por
lo que el herido pidió a Simón, en su calidad de judío, que le perdonase de su
horrendo crimen. A continuación, Simón guardó silencio y se marchó, rehusando
posteriormente las pertenencias que le había legado durante sus últimos minutos
de agonía.
A estos sucesos siguieron
años de sufrimiento y de muerte. Arthur murió en brazos del autor. Josek,
enfermo y sin fuerzas, murió víctima de un tiro de la SS, como “castigo
por ser un gandul”. La cámara de gas funcionaba ahora sin
descanso, -nos cuenta estremecedoramente Simón-, y muchos más,
serían fusilados.
Finalmente, Simón es
liberado del campo de concentración de Mauthausen, donde experimentó sus
últimas humillaciones, pero la duda y preocupación por el encuentro con el
joven soldado de la SS, era constante y permanente. Lo que le llevará a
Sttugart, a encontrarse con la madre del joven soldado fallecido.
Simón tiene ahora ante sí a
una débil anciana, ya viuda y profundamente abatida por el dolor, destrozada
por el recuerdo de su marido y de su hijo -“era un muchacho encantador,…un
gran muchacho…que nunca había hecho nada malo”, le manifiesta. Convencido
de que tenía ante sí a un ser bondadoso, Simón siente lástima y compasión por
ella y se despide sin quebrantar la fe que tenía en la bondad de su hijo.
Tras la liberación, sin
familia y sin hogar (recordemos que Simón perdió prácticamente a toda
su familia, parientes y amigos), Simón Wiesenthal invirtió el resto de
su vida investigando a criminales de guerra nazis, a fin de que fuesen llevados
ante la justicia.
Su
trabajo llevó al arresto de numerosos criminales destacados, conocidos líderes
de la Gestapo, notorios –por su crueldad- comandantes y guardias de campos de
concentración … recibiendo
–inexplicablemente, a mi juicio-, algunas críticas por su lucha. Críticas que fueron contestadas con el argumento de que semejante barbarie jamás volviera a repetirse, “debía hacerlo para que la gente no olvidara”, declaró en cierta ocasión Simón Wiesenthal.
–inexplicablemente, a mi juicio-, algunas críticas por su lucha. Críticas que fueron contestadas con el argumento de que semejante barbarie jamás volviera a repetirse, “debía hacerlo para que la gente no olvidara”, declaró en cierta ocasión Simón Wiesenthal.
Finalmente el autor nos
plantea una difícil y complicada tarea que consta de dos partes.
La primera, juzgar si su comportamiento –su silencio-, fue correcto o
incorrecto. Y la segunda, imaginar mentalmente la situación vivida por Simón y
contestar a la pregunta, qué habría hecho el lector en su lugar.
AUTORES ELEGIDOS
Aunque se nos pedía elegir
un autor, yo he querido hablar de 2, ya que sus argumentos me convencen de una
manera u otra.
Mark
Goulden es
el primer autor que he elegido, ya que creo que ningún otro autor responde de
forma tan clara al dilema que expone Simón.
Este periodista británico , expone con claridad la evidencia de unas
terribles atrocidades que el mundo ha tratado o trata de olvidar. Reflexiona
en torno al olvido.
Desde mi punto de vista
creo, como el autor, que las sociedades del ahora, intentamos vivir ajenos a
las guerras que ocurrieron hace no tanto como parece.
Al igual que el autor, pienso
que el mundo no debe olvidar lo ocurrido para que no suceda nunca más. Olvidar
los hechos equivaldría a olvidar a las víctimas, su sufrimiento y su dolor.
Además, coincido no sólo con Mark Goulden, sino con la mayoría de los autores,
en que no se puede ofrecer una respuesta genérica a la cuestión que nos plantea
Simón Wiesenthal. Es una disyuntiva que requiere una respuesta individual, que,
a mi parecer, resultará influida por la educación, los valores, los principios,
las creencias y las experiencias personales de cada uno.
Para terminar, he
elegido a Albert Speer, que obedece a la sensación que produce encontrar a alguien que, por decisión propia, reconoció,
en los Juicios de Nuremberg, su responsabilidad por los crímenes cometidos.
Arrepentido de sus actos.
Destacar la
fortaleza moral de Simón Wiesenthal, que tuvo la valentía de sentarse frente a
frente con su “verdugo”.
Coincido con este autor en que la actitud de
Simón fue humanitaria y bondadosa, tratando de ayudar a Speer en vez de
reprocharle las miserias sufridas. Fue tolerante y compasivo, aliviando la
culpa moral de una figura destacada del nazismo.
OPINIÓN PERSONAL
Hay muchos autores que dan sus argumentos, en la segunda parte de “Los
límites del perdón” por lo que podré inspirarme en ellos. Además, he de decir
que la lectura de dichos argumentos me ha resultado bastante interesante, al
igual que la primera parte del libro.
Para empezar, he de decir que he estudiado en un colegio religioso y vengo
de una familia católica por lo que he tenido, desde siempre, principios y
valores cristianos. Por lo que creo que mi opinión debe ser dada desde el punto
de vista de mis creencias y mi educación.
Pues bien, para mi
religión, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados a través del
sacramento de la penitencia. La penitencia o confesión supone borrar los
pecados tras un examen de conciencia.
Recordemos pues, que el soldado Karl examinó en su interior y, podríamos pensar
que motivado por la educación cristiana recibida cuando era niño, encontró que
una de sus acciones atormentaba su conciencia, sentía un profundo dolor por
esta acción y en su confesión había un sincero arrepentimiento. Lo que no
sabemos, es si de haber sobrevivido no hubiera seguido cometiendo crímenes y si
hubiera estado realmente arrepentido del mal causado.
Que se debe conceder perdón a los que se arrepienten sinceramente, es un pensamiento
que comparte tanto la ética cristiana como la judía. Sin embargo, en mi opinión
, nadie que nunca haya estado en una situación tan complicada como la de Simón
puede, juzgar su “silencio” junto al soldado moribundo.
Por esta razón, no sé si realmente
perdonaría o no, ya que no sabemos cómo reaccionaríamos a dicha situación.
Creo, que ante todo, reaccionaría según mis principios y lo perdonaría, ya que
creo que debemos perdonar si se está realmente arrepentido, porque cualquiera
en algún momento de su vida puede equivocarse, aunque es verdad, que no podemos
comparar cosas del día a día con estas atrocidades.
1 comentario:
Hombre desde el punto de vista religioso se perdonaría todo, pero hay cosas como esas que yo creo que son imperdonables, ya que no sólo mató a una persona, sino a muchas. Que eso ya no es un error, ya serían muchos y muy graves. Pero claro cómo bien dices, ninguno de nosotros hemos estado en una situación así para saber lo que hacer. Pero vamos visto desde fuera, yo sinceramente no lo perdonaría, y también estoy educada con valores y principios católicos al igual que tú.
Vanesa Durán
Publicar un comentario