lunes, 6 de marzo de 2023

 

Resumen del libro

En el libro “Los límites del perdón” encontramos la historia de Simón, un joven que narra la época de su vida transcurrida en la guerra como judío, bajo el mandato y la orden de nazis alemanes en el campo de concentración de Lemberg. Allí, según el protagonista, estaban sometidos a unas pésimas condiciones de vida, mal alimentados, forzados, maltratados y viviendo una pesadilla que concluyentemente resultó ser traumática.

Simón, al principio, nombra a dos compañeros, los más cercanos, que le acompañarán durante todo el camino, aunque no como le gustaría debido a la separación por grupos para realizar los trabajos. Ellos son Arthur, un judío que tenía más que asimilada la muerte lenta, dolorosa e injusta en cualquier momento, y Josek, que llegó el último y del cuál Simón admira su sensible y profunda religiosidad; su fe como judío ante consecutivas fatalidades. Además, también se cuestiona a Dios pues, ¿cómo era posible que se crease de la misma materia a un asesino y a un inocente destinado a la esclavitud del anterior? De este se dice que “estaba de permiso” y por ello los abandonó, por ello mismo algunos reclaman en ciertas ocasiones su ansioso regreso.

En una de las forzadas ocasiones a las que fueron sometidos, los llevaron hacia un lugar nuevo, donde deberían trabajar. Durante el trayecto no supieron cuál era el destino, lo intuían, Sin embargo, a Simón le llamó la atención un cementerio donde estaban enterrados los alemanes y en cuyas tumbas había plantado un girasol como símbolo de comunicación con el exterior, mediante la luz del sol. Además, el protagonista disfrutó de una lluvia de recuerdos a la época de su adolescencia, pues él mismo había vivido allí antes de los cambios que conllevó la guerra en la ciudad. Conocía las calles, los edificios, el barrio; y llegaron al Instituto Tecnológico. Él mismo estudio allí. Sin embargo, ahora no era más que un trágico “Hospital de la Reserva” encabezado por oficiales de las SS.

En el cargo, dentro del campo de concentración, además de los alemanes, también estaban los polacos y ucranianos, considerados seres superiores. Mientras, los judíos no dejaban de ser infrahumanos. A continuación, aparecen los askaris, soldados o apoyo ruso a disposición de los alemanes con algo más de derecho por mantener buena relación con los Kapos, capitanes del campo.

Toda la historia se desarrolla en un día donde Simón mientras trabajaba con su grupo en el hospital de manera sumisa, y es seleccionado sutilmente por una enfermera de allí supuestamente para comer algo a escondidas. Al protagonista, todo, incluso las formas, le había parecido extraño y espantadizo. Llegó a una habitación de un enfermo aparentemente vigilada por dicha enfermera, y tras el enfermo agradecer su peligrosa ausencia ante los soldados, Karl Seild (el enfermo) le pide entre vida y muerte que escuche su historia.

Karl era un alemán, de familia católica y brillante historial académico que a temprana edad decide sin el apoyo de sus padres (aunque su madre lo llegó a comprender con el tiempo) ingresar en las Fuerzas Hitlerianas para luego ser soldado de los SS. Este, atacó la casa de unos judíos, la incendió y disparó desarmando y asesinando a una familia que pretendía huir, con un niño pequeño que hizo al judío recordar a Eli, un adorable niño judío del campo de concentración de los muchos que murieron en cámaras de gas. Esto marca un terrible antes y después en su historia como soldado. En otro de los ataques, en la ciudad de Crimea, Karl recuerda la anterior traumática situación, y acaba inconsciente por la explosión de un obús cercano. Al despertar, estaba inválido, a penas podía comunicarse, en estado grave y a punto de morir.

El incómodo encuentro entre el judío esclavizado y un soldado alemán en peligro de muerte tan solo tenía el propósito de conseguir la muerte, de cualquier manera, pero en paz del alemán. Karl, se sentía culpable por su vida como asesino y deseaba hacerle ver a un judío, cualquiera, su gran arrepentimiento por lo causado. Intentaba y pretendía sentirse perdonado. Sin embargo, Simón sin entender nada durante el largo, confuso y difícil discurso, dio media vuelta y se fue sin decir respuesta.

Al llegar al campo de concentración, Simón dudo si contarles a sus compañeros lo vivido por las juzgadas respuestas que este podría obtener al cargar con el peso y nombre de toda una población judía resentida. Lo hizo y lo apoyaron, por no haberlo perdonado. En realidad, nunca dio una verdadera respuesta clara, y vivió atormentado con esa duda el resto de su vida.

Al cabo de unos años, los más cercanos, el único apoyo quizás allí dentro, todos murieron. Sin embargo, conoce al que ya debía ser sacerdote cristiano, Bolek. Simón no duda en consultarle y acabar con las dudas; ¿lo hizo bien entonces? Bolek, le dijo lo contrario, pues debía haberlo perdonado después de mostrar su arrepentimiento y dejarlo ir en paz.

Al final de la historia, ya liberados los supervivientes, “acabada” la tortura y hundido en la confusión, decide investigar a Karl. Se dedicó a seguir la pista de su vida, si todo lo que le contó era verdad, si había merecido la pena tanto silencio, su familia; incluida su casa porque lo resolvió con ayuda de la madre del mismo ya difunto alemán. Entre llantos, reflexión y mucha espontaneidad engaña a la madre, y decide conservarle los pensamientos a una madre frustrada que siempre pensó que su hijo hacía el bien.  

Con el paso del tiempo, esta duda llega a ser tan dolorosa que acaba cuestionándonosla a nosotros mismos; ¿hubieras perdonado tú?

Opinión de El Dalai Lama

Este autor defiende el perdón. Él perdonaría porque seria beneficioso para todos de cara al futuro, para no repetir ciertos mismos crímenes. Sin embargo, destaca que esto no signifique olvidar lo sucedido. Por ello mismo, no hay excusa para no dejar ir en paz.

Crítica a El Dalai Lama

No entiendo, suena egoísta que para aprender de la guerra y que no sucedan dichas tragedias haya que pasar una y acabar con la vida de tantas personas. Me resulta, desde mi punto de vista, un argumento conformista y poco convincente por la experiencia que hemos tenido la humanidad. Está el claro ejemplo de la Primera Guerra Mundial, donde seguidamente hoy le damos nombre y contamos acontecimientos a una segunda entre otras. Por ello, no comparto su opinión, pues nadie asegura que cuando ocurra una desgracia, nunca más volverá a ocurrir. Incluso a veces, no depende de nosotros.

Mi opinión

En mi caso, tampoco perdonaría. Aunque le daría las mismas vueltas que dio Simón, nunca podré hablar en nombre y representación de toda una población, conociendo las existentes y diversas opiniones posibles. Además, no sería capaz de comprender el arrepentimiento de una persona que ha necesitado sentirlo cercano para darse cuenta del mal que estaba haciendo, cuando nunca antes paró a pensar la locura que hacía. No merecía ir en paz, merecía pagar el eterno sufrimiento que causó. El perdón tiene límites.


MARTA MANTILLA PÉREZ - 1º BACHILLERATO B

1 comentario:

Ángela Gutiérrez dijo...

Estoy en desacuerdo contigo, pienso que las personas merecen segundas oportunidades y aunque lo que haya hecho haya causado miles de muertes y muchas desgracias, el arrepentimiento existe y como dije en la opinión de mi trabajo, hay que preguntarse si querríamos que nos pasará lo mismo y que fallecieramos con el arrepentimiento; por lo que si, lo perdonaría.