viernes, 14 de marzo de 2014

Amarillo, ¿color alegre o de muerte?

¿Tiene el perdón un límite?


1945, acaba la Segunda Guerra Mundial. El mundo intenta recuperarse, tarea que parece casi imposible, política, social y económicamente; se realizan tratados de paz y se crea la Organización de Naciones Unidas.
Se atienden a los heridos de guerra o se entierran a los muertos junto a los que cayeron durante la guerra, se intenta recuperar partes de las ciudades destruidas en los bombardeos, algunos intentan recuperar sus pertenencias en los escombros.

La explosión nuclear en Hiroshima, la rendición alemana y el suicidio de Hitler en 1945 marca el final de la guerra. Marca lo que escribo en el principio, marca el segundo párrafo para ver las heridas y cicatrices que se empezaron  cerrar. Hay un impacto moral en todo el mundo por cómo han sido esos años de horror, muchos se lamentan por lo mal que lo han hecho las personas que se fueron a la guerra por una causa errónea o mejor dicho, culpa por algunas ideologías, pero como se dice, nadie hace el mal a sabiendas. Pero el impacto moral también está presente durante la guerra cómo es testigo Simon Wiesentahal que relata en Los límites del perdón. Karl, el soldado moribundo de la SS que conoció por casualidad, es un claro ejemplo. Este último no para de lamentarse de haber creído en el nazismo y participado activamente, haber estado en la Juventudes Hitlerianas e ir a una guerra y haber contribuido en ella; habla de su familia y que era un buen católico. Ruega a Simon perdón por todas las atrocidades que había cometido y le pide perdón porque Simon es judío y lo ve cómo un representante del pueblo al que ha cometido sus crímenes. Wiesenthal no sabe que hacer y no le perdona pero tampoco lo ha perdonado. A la vuelta del campo de concentración no para de pensar en aquel extraño encuentro en el que un moribundo está con la conciencia intranquila y no sabe muy bien que hacer si alguien no le pide perdón. Mira tumbas con girasoles que florecen sobre ellas, una flor inocente que busca la luz del sol y se angustia el que él no vaya a tener una y tal vez Karl cuando se muera la tenga.

Habla de su extraño encuentro con sus compañeros, Joseph, uno de sus amigos opina que lo  que hizo Simon es lo correcto porque no tiene derecho a la hora de perdonar en nombre del pueblo judío mientras que su otro amigo Arthur ve cómo algo irónico que un “super hombre” pida perdón a alguien que es inferior a él; al día siguiente vuelve al hospital y se encuentra a la misma enfermera que le comunica la muerte del soldado y le entrega algunas de sus pertenencias mientras que las demás son enviada a la madre del muerto mientras tal vez piensa en su conversación con Karl y cómo era en su infancia y que su madre lo consideraba un buen hijo.

 Pasan los años y conoce a un hombre que se iba ordenar sacerdote y los soldados nazis lo humillaron a causa de su creencia hacia el cristianismo católico. Habla con él sobre su “extraño” encuentro e intenta comprender el punto de vista católico sobre el perdón.
Siguen pasando los años hasta llega 1945 y se termina la guerra. 1946, Simon visita a la madre de Karl ya que su encuentro no le dejan en paz. La madre le confirma que era un buen niño antes de apuntarse a las Juventudes Hitlerianas, que era un buen católico y que tanto su marido como ella estaban orgullosos de él. Pero aún le duele el recuerdo de su marido hacia Karl cuando pasó todo ese revuelo y no podían hablar delante de él por miedo a lo que se había convertido aunque estuviese convencido. También ella se siente avergonzada por lo que había pasado y le pide perdón, en una casa en ruinas, con un crucifijo que encontró entre los escombros y recogió porque al parecer hay esperanza.


El impacto moral sucedió durante la guerra, al finalizar la guerra y ahora en estos momentos. Los límites del perdón son el testimonio de ello y las varias opiniones de judíos, católicos, musulmanes, ateos, personas que se encontraron en la misma situación del autor o en la posición del soldado nazi o en ningún lugar. ¿Tiene el perdón un límite? Ya no sé que autor publicar junto a mi opinión personal porque todos ellos también da mucho en lo que pensar además de interesantes. Yo no sé si perdonaría o no  con todos esos autores porque no es sólo una cuestión religiosa o para tener la conciencia tranquila, es para ver los horrores que el ser humano da igual de donde sea, religión o raza porque todos cometemos errores. ¿Medimos esas monstruosidades del una al diez? Si, yo a esto le daría una nota de honor por la estupidez humana y de lo que somos capaces de hacer. ¿Perdonar o no perdonar? Para que si Dios estuvo de  permiso, para qué si no paramos en pensar en todas las persona a las que se le han considerado inferiores han sufrido. Judíos, católicos, homosexuales, personas que padecían de una “anomalía”, todas han sufrido. Se les pide perdón a los judíos, pero también a los demás que han estado con un triángulo invertido de color amarillo, sino también los rojos, verdes, negros, rosas, violeta, azul y marrón. Judíos, prisioneros políticos, criminales, emigrantes, testigos de Jehová, los que se dedicaban a estudiar la biblia, homosexuales tanto hombres cómo mujeres, prostitutas, los jóvenes del swig, personas con síndrome  de Down, enfermos mentales, anarquistas y adictos a las drogas y gitanos también fueron masacrados en los centros de concentración.


Al menos el girasol amarillo significa algo en las tumbas de los soldados de la SS muertos mientras miren el sol. El perdón no tiene límites, uno puede incluso perdonar la mayor atrocidad que puede cometer alguno. Algunos dan el paso, otros se quedan con el rencor. Aunque el girasol al menos envía un mensaje que yo también doy, sigue habiendo esperanza. Si de verdad estaba arrepentido habría esperanza pero el perdón no se lo hubiera dado, Dios estaba de permiso.






A PESAR DE TODO, ES POSIBLE PERDONAR 

Esto hace pensar que el concepto de perdón expuesto por Derrida, esa idea de perdón puro, 
tiene que ser efectivamente no negociable, como se mencionó en el primer capítulo. Así, el 
arrepentimiento puede incluso no presentarse y aun así ser posible el perdonar. Sólo al separar 
el perdón tanto de la reconciliación como del arrepentimiento y/o la expiación, es decir, al 
aceptar que el perdón puede suceder y debe suceder sin condiciones, sin una medida de 
arrepentimiento y sin una porción de expiación, sólo al entenderlo como un puro regalo y no 
un objeto de cambio, como lo propone también Cagüeñas, es posible pensar que incluso los 
actos de Karl sean perdonados. 
Además, si se retoma la definición de Butler de perdón como el cese o la suspensión del 
resentimiento, y si se acepta que tanto el surgimiento como la superación de ese resentimiento 
son emociones, habría que pensar que el perdón tampoco está claramente sujeto a las razones 
o argumentos a su favor, ni a ninguna forma de racionalización que nos proporcione excusas 
para dejar a un lado el resentimiento. Para Buttler es claro que el resentimiento es una pasión 
natural, es decir, es una emoción; para Jean Hampton, Cheshire Colhoun y otros, el perdón es una cuestión de “cambio de corazón”. El perdón tiene que ver, en ese sentido, también con 
un cambio en las emociones, y las emociones son un aspecto de los seres humanos que 
muchas veces no escucha razones, ni a favor ni en contra. Así que por más que se apele a 
excelentes razones y argumentos hay algo más allá de la razón en el perdón, algo más allá de 
toda justificación, tanto para perdonar como para no hacerlo, hay algo que sucede en el 
corazón, especialmente inexplicable cuando se trata de crímenes incomprensibles e 
imperdonables. 
Ahora bien, las razones argüidas por los autores que le dan respuesta a Wiesenthal en contra de 
conceder el perdón, que incluyen las razones que comúnmente se escuchan, parece que 
emergen, como lo sugiere Martin E. Marty, de fuertes temores y de esa conducta natural del ser 
humano que tiende a protegerse de lo que le causa temor, en lugar de surgir por una fuerte 
convicción del “daño” que creen que puede causar el perdón. Hay un fuerte temor de llegar a 
conceder una “absolución fácil”, es decir de conceder el perdón. Hay un temor en que la 
absolución fácil no represente ningún esfuerzo o cambio en la víctima. Otro temor surge de 
pensar que no se le de la importancia suficiente al crimen y a las víctimas. Sin embargo, el más 
fuerte, quizá, es el temor al olvido. Está muy arraigada la creencia de que al perdonar se hace 
“borrón y cuenta nueva” y esto implica olvidar el mal que se hizo.
Pero, el hecho de que esos temores se vuelvan realidad no está sujeto necesariamente al 
perdón, mucho menos si entendemos el perdón como ese acto de infinita generosidad y 
excepcionalidad del que hablan Derrida o Cagüeñas. También es posible darle la vuelta a los 
temores y ver el perdón como una oportunidad, en palabras de Robert McAfee Brown, 
“supongamos, sólo supongamos, que una muestra de perdón por nuestra parte pudiera inclinar 
la balanza hacia la compasión en lugar de hacia la crueldad...”. En primer lugar, si en cambio 
de conceder un perdón “fácil”, se entiende el perdón como es en realidad y se experimenta 
como una gracia, difícil y escasa, un regalo inusual, se comprendería que jamás podrá ser fácil, 
que implica un gran esfuerzo. En palabras de Robert Coles, “no se trata de exculpar al que ha 
errado, sino de reconocer que una profunda y tenazmente crítica mirada interior justifica una 
sincera respuesta llena de gracia misericordiosa”.
En segundo lugar, en cambio de temer que no se le dé la importancia suficiente al crimen y a 
las víctimas, habría que se reconocer que en el proceso de perdonar: primero, no se esta 
borrando el crimen, que de hecho éste se ha reconocido y se considera como tal, sólo que la 
cuestión del castigo corresponde a otro ámbito, el jurídico y legal, más que el personal que es 
donde surge la cuestión del perdón. En ese mismo sentido, habría que reconocer que no se 
está restando importancia a las víctimas porque son precisamente ellas quienes tienen la 
potestad para atorgar o no el perdón al victimario. 
En tercer lugar, en cambio de asumir que el perdón implica incondicionalmente el olvido, cabe 
pensar que perdón y olvido están separados. Es decir que cuando se perdona no 
necesariamente se olvida. De hecho cuando se trata de crímenes que consideramos 
imperdonables se podría decir que se hacen inolvidables, por lo menos para la víctima. Este 
miedo está sobre todo arraigado en quienes temen que se repitan los mismos errores. Sin 
embargo, la historia y la memoria de la humanidad tienen sus propias dinámicas, y ellas no 
están sujetas, necesariamente, a las ocasiones de perdón. Más que evitar el perdón, una clave 
para no olvidar sería divulgar lo sucedido, asegurarse de que las nuevas generaciones se enteren 
de lo que ha pasado. En cambio, para las víctimas el problema entre perdonar y olvidar parece 
ser otro. Si la víctima decide o logra perdonar, lo que deja atrás es el sentimiento del 
resentimiento, pero en el proceso mismo de otorgar el perdón no se incluye el olvido, incluso 
cuando se le dice a los niños que se hará “borrón y cuenta nueva”, ese borrón no es equivalente al olvido. Es una manera de decirles que se dejará de estar molestos con ellos por 
lo que hicieron. Es imposible borrar lo que se ha hecho, quizá no sea necesario volver a 
mencionarlo, de hecho, entre más dura sea la falta, menos probable es que se olvide. 
Al perdonar, en el sentido derrideano, lo que sucede es que la víctima tiene toda la potestad 
para decidir otorgar ese perdón. Ella pasa por ese proceso y reconoce el agravio en su 
dimensión real así como la culpabilidad innegable del victimario, y por último logra hacer a un 
lado el resentimiento. Sólo así, dice Derrida, es concebible perdonar crímenes que creemos 
imperdonables. El perdón no dependerá así de la gravedad o magnitud del crimen, ni de lo que 
un victimario haga para reivindicarse, sino que será una locura de la víctima que trabaja su 
dolor y puede dar en retorno un regalo inconmensurable.
Sin embargo, dado que este perdón parece tan lejano de nuestra vida cotidiana, así como 
parece lejana la historia de Wiesenthal, a continuación, retomo las pocas respuestas que 
apoyaron la idea de perdonar a Karl y otros testimonios de perdón, como ejemplos para 
sostener que es posible perdonar. Las primeras palabras que se encuentran en la segunda parte 
del libro de Wiesenthal a favor del perdón son las del Dalai Lama, quien claramente dice que se 
debería perdonar a quienes han cometido atrocidades tanto contra uno como contra la 
humanidad. Según él, el perdón es una actitud aconsejable ante problemas como el del 
gobierno chino y la lucha del pueblo tibetano por recuperar su libertad. “Sería fácil enojarse 
ante estos trágicos acontecimientos y ante tantas atrocidades”. Sería fácil, de hecho es la 
actitud más común, el enojarse y alimentar el resentimiento. Es precisamente el suspender el 
resentimiento lo que resulta más difícil, pero el perdonar es la “manera de comportarse de un 
budista”.
El segundo en apoyar de manera menos decida el perdón es el padre Edward H. Flannery, 
quien dice que le gustaría pensar que habría perdonado a Karl, especialmente por sus creencias 
religiosas, y asegura que por obstinación le habría sugerido que le pidiera perdón a Dios, que 
aprovecharía la situación para decirle que rezara una oración por el descanso de su alma y por 
la de las víctimas de sus actos.. Sus palabras se asemejan a las del padre Theodore M. 
Hesburgh, el tercero en afirmar que perdonaría, quien también pertenece a la iglesia católica y 
cuyas razones al igual que las de Flannery están sujetas a la fe que profesan. Hesburgh afirma 
que perdonaría porque es un sacerdote católico y como tiene un concepto de Dios como un 
gran perdonador y su trabajo como sacerdote es perdonar, sostiene que cada vez que alguien le 
pida que perdone, sin importar quién sea o qué haya hecho, el lo perdonaría, “ya que Dios 
hubiera perdonado".
Por otra parte, José Hobday, es la cuarta persona que se pronuncia a favor del perdón. Aún 
cuando es una hermana de la orden Franciscana, da razones distintas a las de los sacerdotes 
anteriores, quizá porque es al mismo tiempo una anciana de la tribu Seneca, tiene tanto la 
influencia y el conocimiento transmitido por su padre, un sacerdote Baptista y de su madre, 
india de las tribu Seneca. Para ella, la decisión es a favor del perdón debido a las enseñanzas de 
su madre, resumidas en estas palabras: “No seas tan estúpida e ignorante y tan inhumana como 
ellos. Ve a donde un Anciano y pídele la medicina que cambiará tu corazón de la amargura a la 
dulzura. Debes aprender la sabiduría de cómo dejar ir el veneno”. Si bien el resentimiento 
aparece, la sabiduría, para ellas, está en poder dejarlo ir, es decir, en perdonar, pues, de lo 
contrario, la víctima se estaría convirtiendo también en una especie de victimario. 
En un sentido es semejante la respuesta de Martin E. Marty a la de Hobday. Marty también 
decidió acudir a razones que no estén ancladas en su fe. Marty opina que no hay lugar para que 
un cristiano de su consejo, considera que ese consejo haría de toda la circunstancia algo banal. 
Por eso busca la manera de comprender el perdón, darle sentido, por esto afirma que: 

Debemos darnos cuenta de que existen posibilidades hasta en la vida de las 
personas más viles, que somos nosotros los que podemos negar o conceder la 
gracia. [...] Fenomenológicamente hablando, este concepto de la gracia lo 
comparten gente de todas las creencias y gente que no profesa ningún tipo de fe.

La gracia en este caso es la gracia del perdón. Gracia que siempre es posible, a los ojos de otro 
moje budista, Matthieu Ricard, quien, así como el Dalai Lama, señala que como budista 
siempre debe perdonar, pues sin importar qué tanto mal se haya causado, siempre hay algo 
bueno en el victimario.
Por último, se encuentra la respuesta de Desmond Tutu, arzobispo católico que estuvo al 
frente de la Comisión de Verdad y Reconciliación en Sur Africa, donde tuvo que tratar con 
multitud de violaciones de los derechos humanos que sucedieron durante el aparheid. Pero, a 
partir de lo que vivió allí y de revelar el testimonio de casos reales, da a entender que está a 
favor del perdón, incluso cuando se trata de esos crímenes que llamamos imperdonables. En 
medio de atroces historias de profunda depravación y maldad, Tutu asevera que existe otro 
lado de la historia, el de las víctimas y sobrevivientes, que a pesar de todo están listos para 
perdonar, con tal magnanimidad y grandeza de espíritu, que es increíble. Por esto es que para 
responder a la pregunta de Wiesenthal, Tutu dice que responde señalando estos casos que 
quitan el aliento, donde se evidencia el hecho de que gente que ha sido torturada, a quienes sus 
seres amados les han sido secuestrados, matados y enterrados en secreto – una joven viuda a 
cuyo marido le volaron el cerebro con una bomba en una grabadora, a un padre cuyo hijo fue 
matado en la explosión de una bomba en un Bar Wimpy – pueda dar testimonio ante la Comisión y decir que están listos para perdonar a los perpetradores. Esto está pasando ante 
nuestros propios ojos.



CONCLUSIONES 


SOBRE EL LÍMITE 



El título que se dio a la publicación de la historia de Wiesenthal en inglés fue The Sunflower: On 
the possibilities and Limits of Forgiveness, al ser traducido al español quedó reducido a Los límites del 
perdón. Así quedan asociadas las atroces experiencias en los campos de concentración con la 
idea de los límites del perdón. Muchas de las personas que sobrevivieron a los campos de 
concentración nazis consideraron y aún consideran que después de lo que se vivió allí es 
imposible hablar de perdón., de hecho todos los sobrevivientes que dieron respuesta a 
Wiesenthal manifestaron que no hubieran concedido el perdón al soldado moribundo. Sin 
embargo, en todo su relato, Wiesenthal parece dudar, no está seguro de haber hecho lo 
correcto, hizo lo que pudo, pero no quedó satisfecho. El encuentro con Karl lo dejó en medio 
de un complejo dilema del que no consigue salir airoso. El deber, la tradición en la que creció, 
las experiencias, los propios sentimientos de dolor, todo lo empuja a no perdonar y sin 
embargo, Wiesenthal no está satisfecho. Parece que esa singular locura que es el perdonar 
también lo apremia. Una inmensa generosidad y una gracia humana lo empujan también a 
pensar en perdonar. De esta manera, queda oscilante entre una y otra fuerza, y en medio de su 
dilema, se hace evidente que el asunto de los límites del perdón no está resuelto.
Por su testimonio y por el testimonio de personas como las que menciona Tutu, me inclino a 
pensar que los límites del perdón, si existen, no pueden estar dados por la magnitud del 
crimen. A pesar de que pensemos que hay crímenes imperdonables, son éstos, precisamente, 
los que piden a gritos ser perdonados, como afirma Derrida. El límite tampoco puede estar 
sujeto al cumplimiento de ciertas condiciones para otorgar el perdón, como el arrepentimiento, 
la expiación, el castigo, aun cuando estas manifestaciones pueden ser decisivas en una situación particular, y aun cuando incluso en Wiesenthal pesa mucho la creencia del sincero 
arrepentimiento del soldado moribundo. 
Como lo dice la primera afirmación de Derrida, en la entrevista hecha por Michel Wieviorka, 
“En principio no hay límite al perdón, no hay medida, no hay moderación, no hay un ¿hasta 
donde?”113 No debería haberlo. Y aun así el título del relato de Wiesenthal afirma un límite 
para el perdón. El límite, el único límite, está en cada víctima, el límite estuvo en Simon 
Wiesenthal, está en cada una de las personas que en un momento de su vida sean víctimas. Los 
límites del perdón coinciden justamente con el hecho de ser un asunto personal, singular, 
imposible de generalizar y normalizar para todos. Por esto, a pesar de haber iniciado con la 
idea de que el perdón era un deber moral, muy probablemente influenciada por mi herencia 
católica, considero que es injusto e inmoral con las víctimas sostener tal enunciado. El perdón, 
en su sentido más puro y razonable no se puede imponer, sólo puede ser la posibilidad de un 
increíble gesto de humanidad ante la inhumanidad que se concede por una inexplicable locura. 
Sólo quien ha sufrido y vive con el resentimiento puede llegar a suspenderlo. 
Así que el perdón sí “debería permanecer excepcional y extraordinario, a la prueba de lo 
imposible: como si pudiera interrumpir el curso normal de la temporalidad histórica”. Esta 
última frase me recuerda la comprensión que tiene Améry de su resentimiento, a su manera, es 
también algo único que no se resigna a inscribirse en el “tiempo natural”. Para Améry ese 
devenir natural del tiempo hace que las heridas sanen y que los agravios se olviden y dice: “el 
hombre moral exige la suspensión del tiempo”. Así el perdón en Derrida interrumpe y el 
mantener el resentimiento en Améry suspende el tiempo, son los dos casos excepcionales, son 
ambos las dos alternativas morales que tiene cada víctima. 


UNA RESPUESTA A “EL GIRASOL” DE SIMON WIESENTHAL 

Me gusta pensar que, en caso de haber estado en el lugar de Wiesenthal, habría perdonado a 
Karl. Incluso, estoy convencida de que el resentimiento sólo causará mayor dolor. Sin 
embargo, no creo poder ofrecer una respuesta a la pregunta de Wiesenthal, porque también 
creo en la singularidad de cada situación de perdón, en lo indescifrable que es y en lo imposible 
que resulta apoyar o descartar el otorgarlo cuando no se es la víctima. Me uno a la respuesta de 
Hubert G. Locke, quien dice que, de hecho, puede ser que nuestro silencio sea la mejor 
respuesta, “con la esperanza de que al escuchar atentamente tu experiencia podamos aprender 
de ella en lugar de moralizar sobre tu postura”.
El silencio de Wiesenthal ante el nazi moribundo fue su respuesta, allí, él como víctima llegó a 
su límite. En ese momento no le fue posible responder de otra manera y estaba en todo su 
derecho. Con lo que no quiero decir que ese sea el límite para toda situación de perdón, ni 
siquiera es el límite para situaciones comparables, esa frontera a la que llegó Wiesenthal para 
perdonar fue suya, fue única y en cada circunstancia, cada víctima encontrará su propio límite 
para perdonar. Así que no puedo saber, con certeza, qué habría hecho yo. 
Por la misma historia narrada en El Giralsol y por concordancia con el concepto de perdón 
defendido por Derrida, la pregunta de Wiesenthal tampoco puede tener respuesta. No puede 
tenerla si se acepta, como creo hacerlo, que tiene sentido pensar, como afirma Derrida, que el 
perdón es loco. Una locura personal, singular, propia del ámbito psicológico, en términos de 
Améry. Así, ni para éste ni para otros casos semejantes podrá ofrecerse una respuesta, no 
puedo ponerme en el lugar de Wiesenthal, nadie puede, no puedo saber qué habría hecho, ni 
mucho menos qué debería hacerse. 
Sólo puedo decir que ante crímenes atroces, que consideramos imperdonables, toma mayor 
fuerza la posibilidad y quizá la necesidad del perdón. Pero cada víctima descubrirá su propio 
límite para perdonar. 


El ensayo de María Mercedes Villamizar Caycedo me lo enconrté por casualidad, me lo leí y es de lo más interesante. Tampoco coincido con ella del todo aunque también habla de algunos autores que aparece en El Simposio del libro. Si os interesa id a la página 60 del pdf.




1 comentario:

Unknown dijo...

Has hecho un resumen muy largo y mas que resumir parece que lo hayas copiado pero esta bien escrito.